Entrevistas, Random

Lorena Ros: «Mi fotografía es intuición»

Publicado originalmente en Valenciaplaza.com

La carrera como fotoperiodista de Lorena Ros (Barcelona, 1975) empezó -casi- con un WorldPressPhoto debajo del brazo. Supo gestionarlo «mirando para otro lado» y, sobre todo, «porque para entonces (2001) ya me había rodeado de fotoperiodistas que tenían muchos más premios que yo en ese momento», comenta a ValenciaPlaza.com. Este lunes participó junto a Rosa María Calaf en el encuentro Mujeres, fotoperiodismo y comunicación, un lleno absoluto de atención -y mujeres- en La Nau de la Universitat de València organizado por el colectivo ‘Objectives‘ de fotoperiodistas.

Horas antes atendió a este diario digital en un periodo de ‘entreguerras laborales’, haciendo el símil periodístico. El pasado 2014 publicó Unspoken (Blume), un trabajo elaborado durante ocho intensos años de viajes y testimonios de absusos sexuales a menores entre Estados Unidos, México y España. «Los tabúes son uno de los hilos conductores de mi carrera. A partir de ahí, mi fotografía es intuición, una conexión invisible entre el corazón  y la cabeza que te hace tomar la foto en el momento adecuado». Lo dice, sobre todo, admitiendo no estar «ni de lejos» entre el grupo de fotoreporteros mejor preparados técnicamente.

Ahora Ros despliega una relajada sonrisa de oreja a oreja. Es docente, pero sobre todo madre: «mi vida es bastante doméstica últimamente…», sonríe una vez más y acaba por reconocer que si un gran medio internacional le ofreciera ahora irse «a Afganistán diría que no. Hace solo cinco años hubiera sido mi sueño, pero no me preocupa no estar activa en ese ámbito. Estoy feliz con este momento, viajando en pack con mi hija y mi marido cuando nos tenemos que mover por su trabajo [él es indio y director de cine]».

Ha regresado definitivamente a Barcelona, tras residencias prolongadas en Nueva York (Estados Unidos), Bombay (India; la ciudad de su pareja) y Londres, donde empezó publicando en un medio pequeño y local como Hackney Gazzete y cursando estudios superiores en el London College Printing (LCC).  «Hago fotoperiodismo porque me lancé a por una historia de la que ahora me río; no del tema, de lo que hacíamos, porque éticamente estaba mal. Con un compañero del posgrado nos hicimos pasar por periodistas de The Independent y nos adentramos en el mundo abertzaleThe Guardian lo publicó y (Xabier) Arzalluz envió una carta por su publicación».

DEL TABÚ, VIRTUD

Con especial agilidad ha convertido temas ocultos, conflictivos y de un reconocimiento gráfico en los medios más bien relativo en premios y becas internacionales. La llegada a las costas españolas  de los inmigrantes (WorldPressPhoto Single general news, 2001), tráfico de mujeres nigerianas hacia Europa (Beca Fotopress, 2003, y mención honorífica en el WorldPressPhoto de 2004) y gana, entre otros reconocimientos, el Amnesty International One World Media Award en 2005.

Pero el suyo se constituye como un trabajo de espaldas a sus propios reconocimientos, según ella misma: «los premios son una lotería. Yo he formado parte de jurados y he visto pasar trabajos excelentes que, por la suma de votos de otros miembros, acaban siendo olvidados».

-Pero se repiten. ¿Algún mensaje debe esconderse tras esa insistencia en galardonarte?
-«Que hay un prolongado trabajo detrás. De años. Como en el caso de las mujeres nigerianas, uno ve que hay un largo recorrido que acaba generando un interés».

Ros se muestra entre despreocupada y ajena a la situación de los medios en la actualidad: «si empezara ahora, no sé qué haría. Antes había inversión en buenas historias. Ahora, con todo el tema de las plataformas digitales, emergentes, que veo que son las que están moviendo las historias, no percibo esa inversión en historias gráficas». Para El País Semanal y el Magazine de La Vanguardia narró el latido de las bandas latinas en Madrid y Barcelona (y con otra beca más de la Generalitat de Cataluña), «pero ahora veo que los dominicales están fatal… es todo publicidad».

Ellla en su labor como docente, «en una escuela donde hay un alto nivel técnico», se dedica al reportaje. «Los alumnos llegan muy preparados en los aspectos tecnológicos. A mí, personalmente, me dan mil vueltas en ese ámbito. Sin embargo, a la hora de construir un reportaje, de hacer narrativas, tienen que desprenderse de todo ese conocimiento y preocuparse de ver las historias». De su experiencia con los más jóvenes reconoce ‘llevar mal’ «que algunos no hayan revelado todavía. No se debe aprender a ir en moto sin saber ir en bici. Se puede, pero no vas a entender de dónde viene todo»; por otro lado ‘lleva bien’ su propio papel como embajadora de esas narrativas y se siente cómoda al reconocer toda una etapa publicando historias para grandes medios.

Ha publicado en Newsweek, The Sunday Times, El País, La Vanguardia y Telegraph. Ha abordado culturas muy ajenas, pero ha acabado cerrando el ciclo como fotoperiodista hasta la fecha con Unspoken, el libro ya citado, que reúne los personajes de los abusos sexuales en un ejercicio en el que Ros cambió «pasar desapercibida, con todo el background del fotoperiodismo de ser ajeno como actor a la escena, para reflejar un tema transversal, que no es noticia porque está presente en todas las sociedades y que es especialmente único en los trabajos que he hecho porque las personas eran en muchos casos similares cultural y socialmente a mí». La publicación marcaba, además, otro hito en la carrera en un aspecto especialmente conseguido: la confianza con los protagonistas para poder narrar historias.

No le gusta destacar su condición de mujer para ‘conseguir’ las historias o mejorar la ‘mirada’ ante éstas: «aun así, en el caso del tráfico de mujeres nigerianas sí pudo ser un componente decisivo de entrada porque ellas solo veían al hombre blanco como un cliente. Pero creo que un hombre podría haberlo hecho igual, aunque al final le hubiera costado mucho más tiempo». Con todos esos elementos, incluso con el de ser mujer, asegura «haber jugado de una u otra forma», aunque finalmente lo que define el trabajo fotoperiodístico es «la sensibilidad».

«No me gustan las generalizaciones de género. Son antifeministas, creo. Lo que sí reconozco es que puede haber machismo a la hora de estar en una redacción, pero como siempre he sido freelance… tiendo a pensar que me han tratado por igual que a mis compañeros», apunta. Ahora admite comprar menos libros «de clásicos» y, en general, «menos libros de fotografía. Estoy algo desconectada, aunque inevitablemente pienso en proyectos».

El que más le atrae de nuevo tiene un tabú como referencia: «quiero hablar de las clases altas de India. He empezado algo, pero neecesito tiempo allí«. Habla del país centro asiático con especial atención y reacciona a la situación de censura en el mundo a partir del caso que ahora tiene más próximo: «no entiendo nada con la Ley Mordaza. No acepto que exista un corte a la libertad de expresión en un país como Egipto, pero que eso suceda en España, en la España de la Unión Europea… a nivel de libertad de expresión creo que no hay nada más grave». 

Evita hablar de política y prefiere explorar temas como conocer nuevos medios digitales. Le preocupa el soporte, pero de forma relativa: «no creo que una buena foto sea para verla en el móvil, pero a la vez creo que se ven muy bien en un iPad«. La escalada de la evolución tecnológica no le ocupa excesivamente el tiempo, aunque hasta se ha implicado en una organización benéfica que habla del suicidio y salud mental a través de Instagram. Considera todo ello como un espacio de experimentación, eso sí, en un limbo actual de creatividad del que también ha aprendido a hablar para generar nuevos fotoreporteros. Difícilmente, con una galería de premios tan extensa cuya relación ni siquiera cabe en este artículo.