Entrevistas, Música

Laurent Garnier: al habla con el dj omnipresente durante los últimos 30 años

Publicad originalmente en GQ

Hay dos formas de interpretar la biografía de Laurent Garnier: la primera pasa por creer que este dj y productor francés ha tenido la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno durante los últimos 30 años. De esa forma, podemos situarle indistintamente en primera fila de las revoluciones Madchester, acid house, french touch, rave, en las warehouse parties o en el estallido de ventas de la música electrónica en los 90. Si creemos en su don de la oportunidad, podemos encontrarle cierto sentido a que estuviera pinchando indistintamente en las ciudades clave de la revolución bailada por Europa, que publicara hits atemporales (Acid Eiffel, Wake Up) a lo largo de seis álbumes o firmara un tempranísimo contrato con la todopoderosa FNAC de 1991 (inaugurando su Music Dance Division), creara su propia radio online en 2003 y acabara por evangelizar al mundo con su oficio componiendo bandas sonoras para cine, teatro y danza. Al frente de todo eso y en el cambio de paradigma que situó al dj como la principal referencia pop e ídolo de masas en el tránsito de la noche a los festivales con decenas de miles de tíckets vendidos y parking para los jets privados.

La otra posibilidad para interpretar el don de la ubicuidad de Laurent Garnier es aceptar que nada de lo vivido fue posible sin él. Porque, como demuestra la versión expandida de su autobiografía ahora editada en castellano por Barlin Libros (Electroshock. Edición integral, 2018) este autor y agitador francés es el Ulises de la electrónica europea. Garnier sabe a qué huelen los guetos de Detroit y Chicago, el segundo verano del amor en Ibiza, las raves que impulsó –y musicó– o la explosión sin límites del movimiento a partir del año 2000.

El libro, que ahora aporta ocho nuevos capítulos, acaba por convertirse en un volumen fundamental para amantes y analistas del fenómeno, porque incluye la última frontera de ese mundo a partir del triunfo de los charts internacionales y el cambio definitivo del oficio de dj y productor, y su impacto a partir de la extensión global de internet y sus plataformas.

Electroshock es, ante todo, un relato sincero y vibrante en el que cada uno de sus capítulos parece acumular toda una vida de experiencias. Escrito a cuatro manos con el periodista David Brun-Lambert, el epopéyico relato del techno sitúa como protagonista al nombrado recientemente Chevalier de la Légion d’Honneur por Francia (el reconocimiento homónimo al Premio Princesa de Asturias de las Artes).

GQ: Electroshock parece huir de la nostalgia. ¿Hasta qué punto te obsesionaba no caer en ella?

Laurent Garnier: Fui muy claro desde el principio: no quería un libro de yo mí me conmigo. No soy ese tipo de tío. Al mismo tiempo, también soy consciente de haber vivido muchas escenas en muchas épocas. También de haber vivido todo esto desde el principio y recordar todo. Dave [Brun Lambert, el coautor] me dijo que podría haber sido un buen reportero, pero incluso con su ayuda nos costó dos años escribir el libro. Dos años de trabajo metódico…

GQ: ¿Cómo os organizasteis para componerlo a cuatro manos?

L.G.: Cada miércoles nos veíamos y trabajábamos juntos durante cuatro horas. Hablábamos de un tema concreto que yo había estado preparando durante toda la semana. Antes de despedirnos, proponíamos el siguiente ítem a resolver. En cierto sentido, fue una terapia para mí porque cada semana me enfrentaba a una serie de recuerdos. Me ayudó a responder algunas preguntas del pasado.

GQ: ¿Una terapia constructiva?

L.G.: En cierto sentido, como artista, me alegro de no haber reflexionado sobre algunas cosas antes. Quizá ahora sí era el momento y quizá lo era también porque encontré a Dave, que fue capaz de hacer las preguntas adecuadas.

GQ: ¿Cómo ha evolucionado la figura del dj?

L.G.: Al principio la percepción de la gente con respecto al dj era muy diferente a la actual. El dj era una cosa y el músico otra. El dj no podía ser músico ni viceversa. En mi caso, romper con eso ha sido una lucha constante. El pensamiento estaba arraigado y parecía que nosotros hacíamos poco más que disponer ruidos. Cuando Carl Craig empezó a pinchar, la cosa comenzó a girarse. Yo me veo un poco igual. Me gustaba pinchar, pero enseguida pasé a ser productor. Serlo, crear, era probarnos a nosotros mismos. Al inicio, ni siquiera yo, que ya estaba haciendo música, me consideraba músico. Ahora sí y me siento más en paz que hace 20 años.

GQ: ¿En paz por qué?

L.G.: Más tranquilo, de alguna forma. Ya no tengo que probar nada. En aquel momento parecía que te estaban probando. Lo importante con el tiempo es que la música que hacíamos y hacemos toca a la gente. Que llega a la gente. También en paz porque sé lo que he vivido y que he cumplido con lo que quería lograr. Lo más importante son los resultados y, al final, en lo más profundo de mi corazón, siento que soy dj ante todo porque desde los diez años era lo que quería ser. Hacer bailar a la gente. Era mi sueño.

GQ: ¿Cómo encajas la visión de los djs como superestrellas de la industria?

L.G.: Creo que hay djs en posiciones más altas de las listas de lo que deberían estar. Ningún dj debería olvidar que lo que hacemos es pinchar música y hacer a la gente bailar. Ponemos música que nosotros hemos hecho o que otros han creado. Ni somos políticos ni cambiamos el mundo. Las cosas no van a cambiar por nosotros y la humildad es un valor muy importante. Hay gente en este mundo a la que se le ha olvidado.

GQ: Entiendo que no te sientes cómodo con la imagen de una vida en jet privado…

L.G.: Cuando hablas de jets privados y ese tipo de vida… Ese no es mi mundo y creo que a estas alturas la gente sabe que no lo es. Creo que es lícito que haya djs felices de hacer millones de dólares, pero no es mi mundo.

GQ: Tampoco el método de reproducción parece ser algo que te preocupe.

L.G.: Lo importante es que un dj ponga música que te llegue, que te toque. No es mejor si viene de un vinilo, de un USB o de una tarjeta SD. El formato no tiene importancia.

© Getty Images

El dj y productor francés Laurent Garnier

GQ: No obstante, la principal revolución de la industria ha tenido que ver con el cambio de formatos y la ruptura de la distribución física.

L.G.: En los 2000 todo se volvió muy cambiante y no sólo por la llegada del peer to peer. La música se desmaterializó, los festivales crecieron y los djs dieron el salto a grandes compañías y mánagers. Todo se profesionalizó rápidamente a nuestro alrededor y eso trajo cosas buenas y malas. Ahora la música se consume igual que una película y, en mitad del consumo, a alguien le llega un mensaje. No nos sentamos a escuchar un álbum, pero ya antes nos habíamos desacostumbrado a respetar el tracklist con la llegada del CD. Ahora esa liturgia sólo sucede si vas en coche haciendo un viaje. Ahora la mente va en muchas direcciones a la vez.

GQ: Incluso durante las sesiones.

L.G.: Soy consciente. Cuando estoy pinchando, mientras bailan, están con el móvil en la mano. Están en Facebook, están haciendo un vídeo. Lo guardan y lo vuelven a sacar. Yo me pregunto: ¿por qué pones ese artefacto en tu bolsillo?

GQ: Ahora hay clubs que lo prohíben.

L.G.: ¡Y es maravilloso! Lo encuentro maravilloso. En esos sitios te das cuenta de que la relación con la audiencia se torna diferente y si la idea del dj tiene que ver con que la audiencia conecte contigo, es totalmente diferente. Como dj creo que tu principal misión es lograr que la gente se olvide de lo que le rodea, y ahora es muy difícil.

GQ: Electroshock es una progresión en torno a todo lo que rodea a la música de baile y eso también comprende los límites de la libertad, el marco normativo, la policía, las drogas… ¿Cómo evolucionó el rol de la policía durante los años de las fiestas rave?

L.G.: Los niños en Inglaterra iban a los pubs. Era la cultura de la normalidad. Por esa idea de normalidad, la cosa al final acabó necesitando un espacio mayor. Un campo para bailar durante 24 horas donde las reglas no estuvieran escritas. En dos o tres meses la gente pasó de los clubes y se fue al campo. La policía era consciente de lo que estaba pasando, pero sólo podía controlar a la gente en clubes. No tenía suficientes agentes para cubrir un campo lleno de miles de personas.

GQ: Y entonces llegó el éxtasis…

L.G.: El impacto de la llegada del éxtasis a Inglaterra fue incontrolable. Fue un cambio enorme. Cuesta tratar de comprenderlo ahora. La policía ahí sí que no sabía cómo atajar el asunto. De repente había una industria enorme, creada casi de la noche a la mañana. La policía sí estaba perdida y no supo cómo gestionar un cambio de mentalidad tan grande, en una sociedad con un paro altísimo y un ambiente social complicado. Era la tormenta perfecta.

GQ: En ese momento, también en España, la música de los clubes pasa de ser underground a masiva. ¿Fue un salto natural?

L.G.: Es que no podría haber sido de otra manera. Cuando un movimiento cultural se hace global, en algo tan grande como el techno, no hay manera de no acabar viéndolo convertido en negocio. No podría haberse mantenido como algo underground para siempre. Nos hubiera encantado, sí, para qué negarlo… pero al mismo tiempo luchábamos para que fuera grande. Para nosotros no era un negocio, era la música que nos gustaba. Creo que era inevitable que se hiciera enorme.

GQ: Lo que sucedió entonces y se mantiene ahora es una igualación de ambientes entre la música y las drogas. ¿Cómo has vivido esa simbiosis constante en medios de comunicación y todo tipo de relatos?

L.G.: No he sido una persona de drogas. Las probé cuando era joven y muy pronto comprendí que no era mi mundo. La gente las toma por muy diferentes razones y me fastidia que hablar de techno sea igual a hablar de drogas. No voy a negar lo que supuso el éxtasis para las raves. No niego que su expansión nunca hubiera sido tan rápida, pero eso sólo fue el inicio. Las drogas no han mantenido vivo al techno. Existían antes del techno y siguen cambiando hasta el día de hoy. Había drogas en el Festival de Cannes, hacían estragos en el jazz, pero hay drogas en los institutos y hay drogas en las oficinas. Estoy a favor de que las drogas sea un tema que se tome en serio, pero no desde el tópico de la noche y el techno. Encontrar soluciones no pasa por señalar a los «chicos del techno» siempre con este tema.

GQ: Parece que es algo que te afecta. El escenario ha cambiado bastante poco a lo largo de estos más de 30 años de relato.

L.G.: Sí, me afecta. Ahora estoy trabajando en una película y hay gente a mi alrededor que, de repente, se droga. Yo lo encuentro algo muy triste y a veces pienso, ¿quién soy? ¿Soy el único que no toma cocaína? Pienso mucho. Pienso, chicos, no necesitáis esa mierda.

GQ: El último ingrediente de esa industria enorme que es la música de baile es internet. Un ingrediente ya madurado y asentado. ¿Cómo ha afectado al escenario general, teniendo en cuenta que tienes tus propias emisoras online y tu sello discográfico?

L.G.: Los sellos ahora son otra cosa. Es un ecosistema muy diferente. Antes podías hacer dinero con un sello. Tanto que había artistas que decidían si hacían tour o no. Los sellos ahora sobreviven. Además, internet ha generado una superespecialización de casi todo. También de nuestra industria. El modo en que se crea música es completamente diferente y pienso que siempre ha habido mucha música, y muchos sellos, pero ahora… ¡es la guerra! Internet ha puesto patas arriba todo el sistema. No tienes por qué tener un mánager; puedes producir tu música y ponerla en internet. Con eso es suficiente para golpear el mundo. Es una realidad establecida.

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