Reportajes, València

Cultura en venta

Publicado originalmente en la revista Plaza de agosto de 2019

El cierre de algunos comercios de nueva creación se sirve como síntoma de un estancamiento en el mercado cultural. Los datos más actualizados evidencian una caída en el gasto, mientras la Renta o el Salario Mínimo Interprofesional ha aumentado. ¿Las causas? Los expertos apuntan al poder adquisitivo real y la resituación de la Cultura como un servicio cada vez más alejado de la compra individual 

Este verano se cierra un curso de alto interés para el análisis del consumo cultural: se cumplen cuatro años de un cambio en los tres gobiernos ligados a la capital valenciana. Gobiernos del cambio en Generalitat, Diputación y Ayuntamiento, cuya llegada a la gestión pública era demandada por los sectores creativos de manera unánime. Más o menos afines a sus pensamientos, la continuidad política de los ejecutivos provocó –como poco– una suma de distorsiones que, en algún caso, cuentan con un presente y futuro de presuntos delitos y seguimiento en tribunales (Caso IVAM). En el caso de la ciudad, el cuarto de siglo en manos del mismo grupo acumuló un balance histórico lleno de contradicciones. Finalmente, definido por el tijeretazo tras la crisis: de la penúltima a la última legislatura del Partido Popular, el recorte fue del 86%.

¿Cómo pudo sobrevivir la gestión cultural de València a un recorte del 86%? Sobre todo, teniendo en cuenta que el Palau de la Música no se cerró ni hubo despidos. Ni allí, ni en los museos de la ciudad, por ejemplo. Producción, programación y producción cayeron en picado y la asfixia derivó en un fenómeno que todavía no se ha estudiado lo suficiente: la creación de un sinfín de festivales urbanos, pero también de iniciativas privadas. Bares culturales, librerías con actividades constantes, galerías enfocadas a nuevos compradores y comercios atípicos. El instinto de supervivencia afectó al sector, beneficiando a una población que, en el peor momento de inversión pública, vivió un inicio de década al alza en la oferta. Sus bambalinas eran la profunda precarización del sector, definida en el ensayo El entusiasmo de Remedios Zafra. Ese encofrado de cristal para artistas y creadores es sobre el que se sostiene su modelo comercial.

Por eso, si se acepta que el inicio de década fue un espejismo, es natural que desde la Academia y desde lo privado se pregunten hacia dónde va la Cultura. Hacia dónde va su mercado. Más allá de la actualidad comparada, con ciudades homónimas en su contexto a València (Rotterdam, Edimburgo, Vancouver), una parte de los problemas se solidificó con la ausencia de relevo por parte de la política local de esa reacción instintiva. La puesta en marcha de festivales urbanos por doquier y de comercios en torno a la Cultura de inicios de la década no obtuvo una respuesta paraguas del Ayuntamiento, que ha ido recuperando el 86% del presupuesto esquilmado poco a poco. Muy poco a poco. Hoy, todavía, el Palau de la Música consume en su solo edificio el 56% directo de todo el presupuesto de la ciudad para Cultura.

La percepción sobre la cultura vivida y disfrutada por una buena parte de la ciudadanía no tiene relación con el Palau. A menudo, como demuestra cualquier comparativa por volumen de público, está más próxima a la extraordinaria capilaridad creada por los festivales urbanos desde la iniciativa privada. Arístides Rosell, portavoz de la Plataforma de Iniciativas Culturales y Urbanas de València, la PICUV, es claro con su diagnóstico de relaciones durante estos cuatro años: “los ciudadanos pueden hacerse una idea de la interacción del Ayuntamiento con los festivales con la típica imagen de un electrocardiograma. Altos y bajos, picos de máxima intensidad y todo lo contrario. Los picos pertenecieron al inicio de legislatura. El suelo, hacia los dos últimos años”.

Si en algo coinciden los agentes es en lo mucho que supuso que se abrieran las puertas del Consistorio, que se entablase diálogo. Ahora bien, son entre críticos y escépticos por unanimidad sobre en qué se tradujo la escucha. “Las ayudas convocadas, no solo para festivales, fueron un tema recurrente durante muchas reuniones”, comenta Rosell. El sector había soportado en precario casi siete años de vacío. De iniciativa remando, sobre todo, ante la usencia de un gasto en Cultura suficiente y una Educación que acompañe a la idea de necesidad de Cultura para el bienestar. Las ayudas a estos festivales, pero también a todo tipo de asociaciones culturales de barrio y acciones puntuales (todas se sirven en el mismo saco), ocupan un coste inferior a la gran mayoría de conciertos de orquesta en el Palau: 150.000 euros anuales.

Datos inquietantes: el gasto cae

En la revista Plaza tenemos acceso a la cocina de un estudio que prepara EconCult, el brazo académicamente armado de la Facultad de Economía de la Universitat de València. Los datos en bruto, consultados en exclusiva para esta publicación, son más interesantes si se toma como base el barómetro de la ciudad. ¿Cuáles son los consumos culturales? Solo una actividad, de entre muchas, es realizada por la mitad de los valencianos al trimestre: ir al cine. Casi nadie compra un Blu-ray o un CD, pero lo más inquietante es que el 53,4% de los vecinos de València no ha comprado un libro en los últimos tres meses; el 79,5% no ha ido a un concierto; el 80,3% no ha ido ni a un museo ni a una exposición: el 80,8% no ha ido al teatro, ni a ver un clásico, ni una obra contemporánea, ni danza, ni circo. En resumen, un tercio de los valencianos, directamente no han tenido la menor actividad en un periodo prolongado.

Pau Rausell, profesor del departamento de Economía Aplicada de la UV y director de EconCult, recuerda que en el mismo barómetro, los valencianos no interpretan que la Cultura sea una de sus preocupaciones. En un listado de 22 asuntos posibles, ocupa el número 19 y menos de un 1% tiene inquietudes por su acceso y disfrute. En un análisis preliminar de los datos, tras su aportación al interesante Informe del Estado de la Cultura 2019 dedicado, precisamente, a las políticas culturales locales, advierte un giro inesperado de los acontecimientos: “el gasto de las familias españolas en Cultura, hasta 2016, no estaba muy por debajo de la media estatal. Lo sorprendente a partir de los datos recién recabados es que, tras una pequeña recuperación, ha vuelto a caer en 2017 (datos consolidados)”.

Lo más sorprendente de este detalle es que, aun siendo una lectura en caliente, es posible que el gasto en Cultura haya tocado suelo para un sector de la sociedad. Revisando las tablas del extenso estudio, llama la atención que las familias con rentas más bajas, mantienen sus consumos culturales. Aunque mínimos, se muestran estables. Más alarmante es lo que ocurre con las rentas medias y altas, ya que el gasto cae. ¿Interesa menos la Cultura? ¿Se consume en dispositivos y plataformas que no están siendo analizados? Lo cierto es que el porcentaje de gasto general de los españoles en Cultura cae estrepitosamente en la última década: ni más ni menos que de un 3,18% (2006) a un 2,46% (2017), dentro del gasto total. Entre los individuos con una formación más baja, el gasto ha caído desde el inicio de la crisis de manera moderada. Sin embargo, entre los individuos con mayor formación, en uno de los hechos más sorprendentes del estudio, la caída en el consumo cultural es superior. Una tendencia completamente nueva.

El gasto por persona en Cultura desde la segmentación de las Autonomías tiene una clara relación con Renta. Por eso, el caso valenciano es singular, ya que no resulta bien parado en la estadística. Si acudimos al año 2006, a partir de los datos recabados por Econcult, mientras que Cataluña, Madrid y Baleares marcaban el primer escalón con 477, 470 y 448 euros (individuo/año), la Comunidad Valenciana (392) se situaba en el segundo peldaño junto a Navarra (407) y País Vasco (399). Su relación en este ranking ha cambiado. Pese a que es sorprendente la caída del gasto en los representantes del primer escalón, a la Comunidad Valenciana (286 euros) le han superado regiones como Aragón o Castilla y León, mientras que la inversión por persona de cada ejercicio ya está próxima a la de Andalucía o Galicia, a las que superaba en casi un 25% hace una década. Es decir, que de mantener un gasto por ciudadano propio del segundo escalón por regiones, ha pasado a la extensa zona media, a la que no acceden Canarias o Extremadura.

No obstante, todos estos resultados se han ponderar teniendo en cuenta que no es menos cierto que durante los últimos cuatro años se han activado una gran cantidad de planes. Entre otros, por la ambición de haber echado a andar 70 planes distintos en cuatro años, destaca Fes Cultura. El plan estratégico cultural valenciano hasta 2020 ha cumplido con el objetivo de poner en marcha toda su maquinaria. Sin embargo, ¿cuál ha sido el impacto? Se ha aumentado el número de producciones y trabajadores, porque hay datos Autonómicos que avalan el repunte, ¿pero ha mejorado el consumo? Rosell es crítico con la suma de planes estratégicos y reuniones durante los últimos cuatro años (“han sido muchas”), y tiene claro que es necesario “un acompañamiento a este sector estratégico”. Según cifras de la Dirección General de Empleo de la Generalitat, algo más de 60.000 puestos de trabajo directos en 2018. Rosell llama a un “tiempo de acción. Es necesario accionar el mapa cultural de la ciudad, identificar y potenciar con los recursos disponibles las mejoras necesarias para relanzar València”. Creadores no faltan.

De hecho, el análisis más interesante tras la última batida de datos realizada por EconCult es: ¿tiene sentido la existencia de una ciudad de creadores? De una ciudad más creadora que consumidora. En este momento, se evidencia que así lo es, por el exceso de oferta frente a la menguante demanda. La evidencia de la disfunción se encuentra en el cierre encadenado de tres comercios de gran arraigo en la ciudad, paradigma del empuje privado –ante la asfixia– de la última década. Tras el foco mediático acumulado en torno a sus cierres, sus responsables nos explican cuál es su lectura del tablero de juego que les ha expulsado (al menos, temporalmente).

Inma Pérez Burches, propietaria de la extinta librería Dadà en el MuVIM y el IVAM

“En València existe el consumo cultural, pero es reducido y endogámico. La misma gente que crea en torno a disciplina es su principal consumidora. Por otro lado, existe una proliferación de eventos de acceso gratuito en el que la cultura es la excusa. A la gente se le muestra que ha de pagar por la cerveza o la comida, pero no por aquello a lo que ha ido a ver o disfrutar. La frontera que divide el evento social del cultural está más diluida que nunca. La solución, como siempre, pasa por la crítica y la reflexión. Si no la hay, todos estos festivales y encuentros son ejercicios de relaciones públicas. La cultura en València, cada vez más, es la excusa. Es el medio, no el fin”.

Luis Nácher, propietario del extinto deLUXE Pop Club

“Mi visión es la de trabajar en una pequeña sala de conciertos durante 11 años. Durante este tiempo, la oferta ha superado a la demanda con creces. He echado de menos público más joven, pese a las dificultades que hayamos tenido para promocionarnos. Puede que no estén acostumbrados a ir a un local pequeño, pagar una entrada y disfrutar de un concierto muy próximo al artista. Quizá están más acostumbrados a los grandes conciertos gratuitos en la Plaza del Ayuntamiento de La Habitación Roja. Entre los jóvenes, el concepto de que la cultura es gratis está más arraigado. Además, a menudo la cultura es una excusa para crear un evento. A pesar de todo, València siempre es una ciudad con una gran efervescencia cultural”.

Cristina Chumillas, copropietaria de la extinta galería Pepita Lumier

“En València no hay mucho consumo cultural. Confundimos ocio con cultura. Por otro lado, la oferta gratuita, los festivales de barrio y algunas exposiciones transmiten el mensaje de que la cultura es un evento. La cultura se crea a partir de que haya un consumo, de que se compren libros, entradas a conciertos… y ese hecho escasea. Al menos, entre la mayor parte de la ciudadanía. Puede que el poder adquisitivo de la gente sea cada vez más limitado, pero para que haya consumo cultural en València debe haber una educación al respecto que no se da”.