Publicado originalmente en Culturplaza.com
Los festivales de música se han convertido en un oscuro objeto de deseo para no pocos agentes artísticos, económicos y políticos. Es posible que la última de las fronteras la rebasara hace ahora una semana la Generalitat Valenciana con el lanzamiento Musix, una marca paraguas para promocionar -y proteger- a estos macroeventos y estirar su potencial como polo de atracción turística internacional hasta completar sus posibilidades de generación de empleo y riqueza.
Sin embargo, desde hace décadas -y no es una cuestión de estilos; la próxima semana empieza la 51ª edición de Jazzaldia en Donostia- el éxito de la vinculación entre música y verano ha aproximado hasta este negocio a todo tipo de operadores. De los originales promotores y algún concejal de cultura avanzado a su tiempo, el margen de negocio ha ido aproximando principalmente a tiburones de las finanzas en busca de una rentabilidad profundamente ajena a cualquier interés artístico, pero también a músicos y gestores culturales con la suficiente capacidad como para entroncar de la nada una propuesta solvente y diferenciada.
De esta última estirpe nace la genial idea de levantar un festival de música en mitad de un bosque. Sucede desde hace tres veranos en la localidad barcelonesa de Vilanova i la Geltru, capaz de ofrecer un espacio mágico por vegetación y temperaturas agradables para las horas de actividad y conciertos, pero a unos minutos de la playa para contraponer el resto del día. Y con el entorno natural como punto de partida, el Vida Festival se ha consolidado en este 2016 como un referente de experiencia en torno a la música en directo y como encuentro de un público -quizá ‘adulto de festivales’- necesitado de estimular su apuesta por este tipo de ocio.
Dirigido por el también barcelonés Dani Poveda, el festival ya exploró las posibilidades de buscar espacios más o menos integrados y ambientados, respetuosos con su entorno. No obstante, el perfil para una suerte de ambientación y generación de una experiencia completa a partir del contacto visual y sensorial con el lugar donde se desarrolla, la completó la aparición de la valenciana Estefanía Pérez. Hablamos con esta arquitecta de Ontinyent para encajar la figura de una arquitecta cuyo peso en la dirección artística se asimila al del programador de festival.
-¿Sabrías definir tu papel dentro del festival?
-Todavía estamos en ello (sonríe). No existe una nomenclatura como tal, porque aunque no soy lo que se podría conocer como directora artística de festival, que es algo que no existe para los espacios en el resto de festivales, no está definido exactamente con un hombre. Es un híbrido de esa responsabilidad y el desarrollo de un trabajo que tiene que ver con la arquitectura efímera y la ambientación.
-Es tu segundo año -de tres ediciones- al frente de esta responsabilidad en el festival. ¿Mantenéis las creaciones de año en año, añadís, dejáis atrás alguna de estas instalaciones y escenarios?
-Cambiar todo sería una locura. Los escenarios de El Barco (un barco encallado en mitad del bosque), La Cabana y el más reciente La Cova se repetirán el próximo año. Las instalaciones más efímeras sí cambian en torno al concepto de la edición de festival, que es lo verdaderamente importante para entender la experiencia.
-Todo gira en torno a una idea artística para estos elementos. ¿Cómo funciona el proceso a lo largo del año?
-Aún estamos redefiniéndolo, pero se podría resumir a que en septiembre se presenta una idea artística. Ese mes se aprueba y en octubre se empieza a trabajar sobre ello, pero contando también con la base de gran estructura de escenarios y los ya citados. Los grandes grupos (recordamos que este año, entre otros, ha actuado Wilco) exigen unas condiciones de escenario en las que poco podemos intervenir más allá de lo que puedes aportar de ‘la caja’ hacia fuera.
-¿Cuáles han sido los dos conceptos temáticos que has desarrollado en estas dos ediciones?
-El primero fue el de la naturaleza fuera de contexto. El barco fue el punto de partida, encallado en el bosque, pero también fuimos aportando otros espacios con nubes por ejemplo que bajaban a las manos de la gente… Este año hemos trabajado el concepto de la geometría en la naturaleza y los efectos ópticos con ella.
-Si no hubieras aparecido en ‘el camino’ del festival, ¿el Vida Festival estaría haciendo esta inversión en su espacio para completar con todo el entorno su experiencia?
-Creo que sí. Dani tenía una intención de lo que quería desarrollar en torno a todo esto y buscaba una figura similar a la mía. Vieron fotos de una exposición que desarrollé por espacios y, aunque no tenía mucho que ver, me contactaron porque veían que había una filosofía que ellos querían materializar en el festival. Es posible que otra persona hubiera hecho otra cosa, pero en cualquier caso el hecho de trabajar con materiales reciclados o de respetar la naturaleza dudo que hubiera variado.
-El Vida Festival tiene un impacto poco comparable a otros en redes sociales (más de 3.000 fotos en Instagram con su hashtag en apenas unos días de certamen). ¿Crees que sobrevivirán a futuro los festivales con un gran escenario frente a una explanada?
-Sí, por supuesto. Hay todo tipo de públicos. Nuestro festival, por ejemplo, tiene un perfil de visitante con una edad más elevada. Y yo veo el componente de edad relacionado a la experiencia en distintos festivales, a la necesidad de otras búsquedas. La explanada y escenario siempre tendrá su público y es necesario que también tenga su hueco en todo el circuito.
-Pero también tenéis público bastante joven que, quizá, busca otra cosa.
-Es cierto que cada edición es más heterogéneo. Lo realmente interesante es que son grupos que ya has podido ver en otros festivales como el Primavera Sound, pero que aquí se van a desarrollar las experiencias de otra forma, con el plus de los espacios. Y por eso nosotros siempre decimos que nuestro cabeza de cartel son los espacios, porque sabemos lo importante que es para toda la experiencia.
-Y cada vez con una mayor inversión.
-Existía la idea original, de alguna forma, pero vemos que es un espacio en el que es natural invertir. Este año hemos triplicado el presupuesto en este aspecto con respecto a la edición anterior y se ha notado mucho. Un escenario nuevo (La Cova) y una extensión en todo lo que supone la iluminación, una acción decidida para que la entrada al bosque te haga llegar de otra forma al festival, pero siempre desde el respeto al entorno. No puede competir con el en torno, sino integrarse con elementos mínimos que potencien el lugar.
-¿Es un handicap a veces desarrollar este proyecto de escenarios y espacios teniendo en cuenta las exigencias técnicas de los encargados del sonido?
-En La Cova, por ejemplo, teníamos un montón de tubos de cartón que al fin y al cabo condicionan la salida del sonido. Nos tenemos que adaptar de la mejor manera posible y respetamos mucho que eso no pueda condicionarse, porque estamos hablando de música en directo. Por eso no nos importa que en El Barco los equipos queden a la vista. Nos adaptamos y quizá nos hacemos más presentes con la escenografía en otros aspectos como la iluminación.
-Un montaje volumétrico inmenso, extenso, que además desaparece. ¿Cuánta gente participa en que sea posible?
-Así es. Apenas unos días después del festival el bosque se queda como estaba o más limpio. Hay un centenar de trabajadores durante la semana del festival, de manera directa, divididos en unos 8 que se dedican a los cerramientos y vallado del perímetro, el equipo artístico que somos una decena de personas, otros 10 iluminadores y, a partir de aquí, todo el resto del personal propio de otras áreas.
-Entre otros, los que se dedican a la puesta en marcha de los grandes escenarios. ¿Has tenido algún conflicto a la hora de mediar con este tipo de técnicos acostumbrados a replicar su trabajo en todos los festivales de una manera prácticamente exacta?
-Bueno, es normal que te pongan pegas y siempre lo hacen. Yo a veces he tenido que adaptar diseños porque lo que he pedido me ha venido de otra manera, o con la iluminación… Pero ayuda mucho contar con un equipo próximo que está enamorado del proyecto, que no pone ninguna pega y saca adelante toda esta idea de festival.
-De hecho, es interesante saber si el hecho de trabajar durante todos estos días en espacios estéticamente tan cuidados e integrados puede mejorar el ambiente de trabajo del festival.
-¡Desde luego! Es algo que se nota de una manera directa. El tratamiento de los espacios de alguna manera hace que haya otro rollo en el festival. Tenemos un equipo excelente y el buen ambiente no tiene que ver con que puedan tener una ‘gran remuneración’, pero de alguna forma ven cómo todo se desarrolla y se creen el proyecto. Lo hacen suyo. Si propongo la idea de La Cova, la cogen y la hacen posible, la llevan a cabo como una idea propia y así es la única forma de que haya un ambiente tan bueno, con una sonrisa en la boca, cuando durante los días de festival estás trabajando 16 horas al sol.
-Mencionabas el tema de los grandes escenarios. ¿Los artistas de la parte alta del cartel os dan feedback de lo que ven en el festival? ¿Se interesan por la propuesta e la que tú eres responsable?
-Bueno, hay que destacar que cuando ellos llegan todo gira en torno a sus grandes escenarios, que son similares a los de cualquier otro gran festival. En esos escenarios podemos intervenir las cubrepeas y dejar que todo quede bien integrado, pero poco más, porque tu espacio debe estar preparado a que cada artista lleve consigo una pantalla gigante, varias de ellas, un montaje escénico propio con el que no puedes competir… Sin embargo, los grupos están por el festival y están encantados con el, también porque tenemos una oferta de espacio VIP muy diferenciada a la mayoría de festivales con servicios de masajistas, peluquería o de cocina con el mejor restaurante de la zona in situ y situado en los jardines que rodean la masía. Pero más allá de esto, los artistas te muestran su feeling con el festival. El concierto de cierre de festival en El Barco fue de Rodrigo Amarante y fue un directo absolutamente impresionante. Cuando terminó fui a hacerme una foto con él, la única que en todo el festival, como una visitante más, quería tener para recordar lo que había hecho. Cuando hablando le dije que era la responsable de los espacios me dio un abrazo y me dijo que era uno de los sitios más bonitos donde nunca había tocado… Para ellos supongo que es muy importante poder tocar en sitios preferentes. Cuando !!! este año fueron a actuar en un showcase en la playa quisieron cambiar el escenario al exterior solo porque entendían que estar junto al mar, aunque era un quebradero de cabeza para ellos y para nosotros técnicamente, era mucho más interesante.
-¿Se os ofrecen artistas precisamente por esto? ¿Se ha convertido en un arma de booking?
-En el panorama nacional es posible que sí lo sea, pero también ha empezado a notarse con agentes internacionales.
-Rodeados de grandes operadores dentro del mundo de los festivales, muchos de esos empresarios os dirían que toda esta inversión y apuesta por el cuidado de los espacios lo único que logra es que la recuperación de la inversión tarde algunos años más y la rentabilidad, en definitiva, sea más baja. ¿Tú cómo lo ves?
-Puede ser que el dineral que nos podemos dejar en que la gente sufra un impacto al entrar al bosque no entre en un análisis muy cuadriculado de rentabilidad, pero esta es la filosofía del festival. Es lo que hacemos y es lo que haremos. A veces lo decimos abiertamente: si hay que renunciar a tener a un grupo importante para seguir ofreciendo esta experiencia, lo haremos. Y sobre si la rentabilidad es baja, pues… depende de cómo se mire. Si es una visión a corto plazo en el sentido más extendido de macrofestival, puede que sí.
-Sin pensar en referentes europeos o extranjeros, dentro de España, ¿en qué festivales os miráis de alguna manera?
-No es que tengan que ver con el desarrollo de espacios, pero creo que el Sónar es un festival que siempre ha hecho todo muy bien y eso que es un festival enorme. Puede que compartamos mucha filosofía con otros encuentros como Monkey Week en el que cómo se trata a las personas, a quien viene al festival, tiene mucho que ver. Nosotros no vamos a competir nunca con nuestros precios máximos disponibles por banda.
-Con tanta interacción de los visitantes con el espacio, ¿cómo lo vives? ¿Cómo percibes todo lo que fotografían y suben a las redes sociales?
-Me asombra. Siempre, cuando acabo de montar, me doy una vuelta y descubro a gente haciendo fotos a cosas en las que ni me había fijado. Siempre ven algo más. Y me gusta que lo que se ve en redes, que si es la foto de otro grupo, nunca puede ser la misma que la de otro festival; siempre hay un trocito de escenario, de bosque, algo que la hace nuestra.
-¿Puede incluso hablarse de un perfil de visitante que acuda por la experiencia del espacio y la filosofía, más allá de la propuesta musical [el grueso del presupuesto del festival?
-Sí, los hay. Hemos conocido a gente que no ha escuchado expresamente a ningún grupo, sino que viene con el ánimo de descubrir música y saber que lo va a hacer desde otro punto de vista. Si que es posible que haya un público que se aproxime directamente a nosotros por la experiencia con el espacio y la música, sin necesariamente buscar un cabeza de cartel.
-Y, dentro de ese perfil heterogéneo, el público internacional sigue sin ser relevante a diferencia de otros grandes festivales en España.
-Ha crecido, pero nuestro principal público viene de Barcelona y su entorno, Madrid y cada vez más Valencia como tercer lugar de llegada.
-No obstante, hablar de festival de música, de este tipo de carteles y producciones con un centenar de trabajadores, es también hablar de adquisición de recursos. En el caso de los patrocinadores, por ejemplo, sois un festival atractivo, ¿pero los espacios y la filosofía lo ponen fácil para este tipo de relaciones necesarias?
-El Vida es un festival muy suculento para las marcas y nuestro principal apoyo es tener un patrocinador principal que conecta con nosotros por completo [Estrella Damm]. Acepta lo que presentamos y compartimos unas ideas muy mediterráneas, bucólicas si quieres, por lo que es fácil poder trabajar con ellos y alivia mucho todo. No obstante, hay patrocinadores más complicados con los que es necesario hacer otro tipo de trabajos. Por ejemplo, este año ha estado también Movistar+, una empresa puramente teconológica. Al final, te sientas y analizas qué valores hay en común, dónde pueden encajar y ellos también entienden cómo hacerlo. Lo esencial para nosotros es no perder nuestra identidad y más de una vez hemos dicho que no ante marcas que no se han querido adaptar a nuestras premisas. Los patrocinios deben quedar integrados, no pueden sobreponerse y aparecer de una manera excesiva.
-¿Consideras precisamente esto relevante para entender la cantidad de fotos e imágenes de los escenarios que acaban apareciendo en las redes sociales?
-Desde luego; nadie quiere compartir la foto de un logo gigante con sus amigos. Con según que marcas, cuesta que lo entiendan. A veces, en los departamentos de marketing de las mismas, hace falta cierta sensibilidad. Nosotros ahora contamos con un histórico y van viendo cómo funciona. Esto mismo de lo que hablamos, el primer año, fue mucho más complicado.
-¿Cuáles son los próximos objetivos del Vida Festival?
-Tenemos claro que no vamos a pasar de 10.000 visitantes al día, la cifra en la que estamos. Es lo que marca el entorno donde nos ubicamos para disfrutar de los conciertos y del lugar y no vamos a subir de ahí. A partir de ahí, si que es cierto que ahora puede que empecemos a darnos a conocer más en Europa. Ese es el objetivo más inmediato.