Publicado originalmente en Culturplaza.com
Said Ali Salman tenía 27 años cuando asesinó por error al abogado Adolfo Cotelo. Su objetivo era Max Mazin, presidente de la comunidad judía de Madrid y residente en el número 19 de la calle Eduardo Dato. De allí salía cada mañana a las 9:15 horas, sin excepción. Eso le habían dicho al sicario omaní aterrizado en Barajas pocos días antes.
Nadie le advirtió de que Cotelo y Mazin, además de ascensor y portería, compartían «cierto parecido físico» (o así lo justificaron las crónicas de la época). El hombre equivocado salió de aquel portal a las 9:05 acompañado de dos de sus hijas tras escuchar misa. Cargadas con sus mochilas, entraron en el coche familiar poco antes de que el criminal abriera su gabardina y descargara dos ráfagas con una metralleta corta.
La escena la describió con todo detalle el chófer de Mazin, que ya esperaba a su puntual jefe y quien identificó horas más tarde a Said Ali Salman. Entre las contadas pertenencias del asesino, la policía halló una foto que delataba la relación entre el vivo y el muerto. La Organización para la Liberación de Palestina se apresuró a condenar el atentado y reclamar el mayor castigo para su autor.
Toda aquella escena de película de gángsters no pertenece al terreno de la ficción, sino que sucedió así en marzo de 1980. El mercenario nunca delató el encargo y este suceso, más propio de un ajuste de cuentas entre clanes de la mafia, no tendría relación con lo que ahora sigue si no fuera porque Cotelo –además de un reconocido abogado de la capital– era el propietario de los estudios de doblaje Exa, donde pocos años antes se dobló ‘El Padrino’ (1972). También porque Javier Dotú, la voz de Al Pacino en el film, se inspiró en este incidente para escribir su primera novela: Alguien tiene que morir en Madrid.
La conexión francesa entre Coppola y Berlanga
No es una historia muy conocida, pero así es la Historia: un recuerdo interesado de los hechos. Por eso, quizá, llama poderosamente la atención que nadie ligue la primera de las películas de los Corleone a uno de los grandes nombres del cine español: Luis García Berlanga. Quizá también tenga que ver con ese papel invisible que posee el doblaje en España, que por su condición natural tiene éxito al pasar desapercibido y no destaca entre la tonelada de anécdotas que excluyen esta alianza irrepetible. El director que nos atravesó con ‘Plácido’ (1961) o ‘El verdugo’ (1963) codirigió el doblaje de ‘El Padrino’ junto a Mari Ángeles Herranz.
Los datos más actualizados sobre la venta de entradas de cine en España reflejan que sólo el 4% del mercado le pertenece a las proyecciones en versión original. Por ese motivo –y por su forma de hacer en la sala de doblaje– cabe intuir hasta qué punto el ácrata valenciano influyó en este film trascendental para la historia del cine.
¿Pero cómo es posible que Francis Ford Coppola y Berlanga llegaran a compartir proyecto ? La historia de dos pasos que los conecta tiene detrás a los productores Robert Evans y Christian Ferry. Evans, leyenda viva en su oficio desde Hollywood y hacedor de ‘El Padrino’ o ‘Chinatown’ (Roman Polanski, 1974), entre otras, contaba con Ferry –productor de ‘Adiós, muchachos’ (Louis Malle, 1987)– como hombre de confianza para sus películas en Europa. En aquel momento, Berlanga pasaba largas temporadas en París. Tan intensas como para convencer a Ferry de que la película que debía producir no era ‘El último tango en París’ (Bernardo Bertolucci, 1972), sino ‘Tamaño natural’ (Berlanga, 1973). Y lo consiguió.
La relación entre Ferry y Berlanga era próxima hasta el punto de convencer al mejor director de Azcona para hacerse cargo de un par de doblajes de la Paramount: ‘El Padrino’ y ‘El gran Gatsby’ (Jack Clayton, 1974). El francés, referencia de las majors en Europa en la caza de localizaciones y soluciones de doblaje, «sabía del oficio de Berlanga en el estudio. A Berlanga le encantaba doblar todo y no paraba de cambiar frases y de reacondicionar diálogos hasta el último minuto». Así relata el suceso Rafael Maluenda, director del Berlanga Film Museum, con el que coincide José Luis García Berlanga, productor, director e hijo del cineasta: «En la sala de grabación no paraba de cargarse cosas. Metía mano hasta convencerse de que no podía mejorarlo más «.
Berlanga hijo apenas recuerda aquellos dos encargos de la Paramount, los únicos para terceros que capitaneó su padre, pero pone en valor la cantidad de horas y oficio que éste tenía en la sala.
«Se había acostumbrado a hablar en voz alta durante el rodaje. Necesitaba dar indicaciones en todo momento y a todo el mundo «, añade Maluenda. En el propio BFM no hay rastro documental ni anota- ciones de aquellos proyectos. Por suerte, Dotú recuerda para esta revista cómo fue el proceso con el también director de ‘Bienvenido, Míster Marshall’ (1953).
Un fichaje estrella para la producción
Berlanga se presentó en el estudio con un porcentaje de humildad alucinante», comenta Dotú. «Fue muy franco, porque el reparto que habían escogido los americanos –se hizo una selección desde Los Ángeles, puesto por puesto– tenía mucha experiencia. Así que nos dijo que podía supervisar un tono o un matiz, pero quería que todos metiéramos las narices. Creó un ambiente familiar y provocó un ritmo lento que benefició al trabajo. Iba despacio, frase por frase y recuerdo que, a menudo, parábamos e íbamos al bar. Lo que no quería era dejar ningún cabo suelto y eso, unido a la dirección de Mari Ángeles (Herranz, también en la voz de Diane Keaton), y las aportaciones de Paco Sánchez (Marlon Brando), Carlos Revilla (Robert Duvall) e incluso las mías, creo que benefició el resultado final».
Dotú opina que el de Berlanga » fue un trabajo más próximo a la supervisión que a la dirección » y que tuvo que ver, «más que con los aspectos técnicos, con la interpretación y la intención de cada personaje». Todos opinan que se le fichó para el doblaje con el objetivo de aportar un gran nombre al proyecto de cara a España. «Por aquel entonces, el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary ya había situado a Berlanga entre los diez directores más importantes de la historia», añade Maluenda. A principio de los años 70, Berlanga «alcanzó esa dimensión internacional y era tratado en Europa al nivel de Bergman o Fellini». A ninguno de los tres les hizo falta rodar en inglés, pero eran otros tiempos.
La intervención en la sala de doblaje
«Le gustaba la mistificación, la posibilidad de doblar y seguir creando hasta el último momento», concluye Maluenda. «Para mi fortuna, pude tener cierta relación con Berlanga», prosigue Dotú, «y ambos comentábamos el poder que tiene un director al reescribir en la sala de doblaje algunos de los montajes finales. Entiendo perfectamente que, más allá de que en su cine coral y por cuestiones técnicas el sonido directo sólo pudiera ser una referencia, Luis interviniera en cada frase hasta el último momento».
Dotú, voz habitual de Kevin Spacey, Kyle MacLachlan o el Metro de Madrid, hizo una de las adaptaciones más icónicas de la versión española: » No es personal, Sonny. Sólo negocio » («it’s not personal, Sonny. It’s strictly business»). Un pequeño y gran ejemplo del discreto e influyente oficio del doblaje que él mismo ha compilado en el ambicioso ‘Historia del doblaje español’ (Vitruvio, 2017). Ni siquiera allí hay pistas del paso de Berlanga por esa rareza que supuso su participación en ‘El Padrino’.