Publicado originalmente en la revista GQ (septiembre de 2019)
Felipe Pantone representa un caso paradigmático de movilidad dentro del mundo del arte. Su principal rasgo es el dinamismo, da igual a qué época de su trayectoria pertenezca la obra, su tamaño o la ciudad en la que estampe. Su vocación es, textualmente “ultradinámica”. Es también la cuadratura del círculo de una alquimia deseada en cualquier era de la creación humana: una interpretación de un pasado reconocible, pero con capacidad de ser revisado desde la contemporaneidad; una autoafirmación en los referentes clásicos, pero con la vista puesta desde un respeto absoluto al presente.
El arte óptico, el street art y hasta el arte configurable conviven sin arañarse en su ingente creación, aunque una buena parte del mundo le descubrió en la muestra Beyond the Streets, celebrada en Los Angeles en 2015. Allí, conviviendo con obras de leyendas del arte urbano como VHILS o Futura 2000, Pantone deslumbró con la reinterpretación de un Corvette de 1994. La velocidad de aquel bólido era superada por la interpretación cinética de este hijo de argentinos emigrados a España y propietarios de un bar. Para entonces ya se había pateado medio mundo, había iniciado stages en los estudios de algunos de sus ídolos y había dejado rastro de su obra en varios rincones de España.
Pantone es un fenómeno en Instagram, donde sus plantillas de efectos faciales son utilizadas por anónimos y modelos, indistintamente. Y es un artista hecho a sí mismo, que desde la preadolescencia no ha soltado el bote de spray y que inició sus estudios de Bellas Artes en València antes siquiera de haber visitado un museo. Hoy es el el último fichaje de Hennessy para interpretar sus botellas de coñac de edición limitada. Otro guiño al mundo del arte de más de esta marca, del grupo de lujo LVMH, que ha donado 200 millones de euros para la reconstrucción de Notre Dame, pero que cada año ‘colecciona’ las firmas más inalcanzables del street art para reformular su elixir de alta graduación.
Si bien es cierto que en el pasado Hennessy ha logrado la colaboración para este proyecto de tótems como Futura 2000, Scott Campbell o Vhils, la identidad de Pantone parece pensada para el lema de esta bebida: remixing the present. Pantone, que fue asistente de Seen en 2012 (ideológicamente, una de sus principales influencias artísticas) y publicó su base argumental en 2013 (el futurista Manifiesto Ultradinámico), mantiene un ritmo de vida inverosímil desde entonces. Ha realizado en poco más de cinco años 15 exposiciones individuales en 13 países distintos. Su obra impregna ciudades de Tahití a Nueva York, de Dortmund a Monrovia, de Moscú a Puerto Príncipe. Cubre muros, camiones y cascadas en galerías comerciales. En este caso, un recipiente de edición limitada al acceso de unos pocos.
-GQ:
¿Te sentiste en tu salsa con el lema remixing
the present?
-Felipe Pantone: La verdad es que sonaba atractivo. Estuvimos viendo qué puntos
en común podía haber, por eso viajé en un par de ocasiones a Cognac, para
revisar toda su documentación, conocer su historia y su legado. De mis estudios
en Bellas Artes extraje pocas cosas, pero una de ellas fueron los conocimientos
en historia del arte. Y lo digo porque conocer cómo ellos habían interpretado
su historia, conocer su bagaje fue la única manera de comprender cómo iba a
poder aportar cosas. Por otro lado, tardé mucho tiempo en convencerme de que me
hubieran elegido para este proyecto, porque los artistas que llevan en estas
ediciones durante la última década son uno tras otro referentes míos. No me
llego a encajar en esa especie de alineación de estrellas todavía.
-GQ: ¿Qué te inspiró de aquellos viajes a sus bodegas?
-F.P.: Me impresionó la coherencia que ha tenido la marca a lo largo de estos siglos (producen ininterrumpidamente desde 1765). El master blender de la marca es ni nada menos que la séptima generación de la familia encargada del producto. Este respeto a la tradición es muy interesante porque no influye en que, él mismo, tenga ningún reparo a que su producto sirva para cócteles o para mezclarse. Por un lado, vi como la marca y quien la custodia tiene un respeto integral por su historia y por otro se muestran abiertos con naturalidad a romper el canon. Esto es interesante, porque en Europa el coñac es una bebida que se toma saboreándola y disfrutándola por sí sola, pero en Estados Unidos, que es un mercado enorme para ellos, la marca tiene mucha salida a partir de la mezcla.
“Quiero que las cosas nuevas, que los nuevos proyectos y las nuevas ideas me pillen trabajando. Cuando pintaba graffiti ya era así. Estaba rematando una pieza y jodido porque ya tenía otra en la cabeza”.
-GQ: Te
hemos visto cubrir muros de rascacielos, con dimensiones enormes. ¿Te preocupa
en algún caso aplicarte a una figura escultórica más reducida?
-F.P.: Para nada. Una botella no es más estática que una pared o que un lienzo.
Mi trabajo tiene mucho que ver con la transformación y el dinamismo. Y eso
puede aplicarse a un espacio natural, a un muro o a una botella. Mi objetivo es
imprimir esta intención a cada proyecto, a cada idea.
-GQ: Al
fin y al cabo es una botella. ¿Te preocupa que se deseche?
-F.P.: No me preocupa lo más mínimo. Hay que
desdramatizar ese hecho. Es algo que me ha enseñado el graffiti. El componente
efímero de mi trabajo es algo que ya ni me planteo. La perdurabilidad de la
obra de arte no es importante para mí. Es importante que la cultura avance, que
se generen cosas nuevas. Si tu escuela es pintar trenes que ni llegan a salir
de la cochera con lo que has hecho… te aseguro que no pasa nada si alguien tira
la botella.
-GQ:
Pese a que has vivido durante varias temporadas fuera de València, acabas
volviendo y has establecido aquí tu base en dos estudios. ¿Hasta qué punto
crees que la la luz de València es un reclamo, te influye y te hace regresar a
aquí?
-F.P.: No me lo planteo, pero estoy seguro que, de
alguna manera, está ahí. La luz está en toda mi obra y está en el principio de
la vida, en la exploración de todo lo que hago, en el color… La luz es para mí
la vida misma y, conceptualmente, es muy interesante.
-GQ:
¿Cuántas veces te han tentado con trasladar a tu equipo y tu base fuera de
València?
-F.P.: Es una idea constante, pero creo que el final
de esa posibilidad llegó el año pasado. Estuve viviendo en Nueva York y, por
muchos motivos, estaba bien. Pensé, me caso y me quedo aquí para siempre. Y
mientras lo pensaba, un día tras otro, intentaba quedar con alguien para tomar
algo y me decía: vale, en dos horas nos vemos aquí. Luego, pasaba otro día,
intentaba quedar con otro para otro asunto y me decía, vale, en 3 horas aquí. O
mañana a las 6 aquí. Y yo pensaba, todo está bien en cierto sentido, pero no
estoy loco. Necesito crear en un sitio donde pueda disfrutar de la vida. Donde
la vida en sí, supongo, sea más fácil. Volviendo a tu pregunta anterior, creo
que la luz también es importante, como lo es en un sentido pragmático tener dos
estudios grandes, abarcarlos con distancias cortas y hacer mucha más obra de la
que podría abarcar fuera por cuestiones como la movilidad, etcétera.
-GQ:
También es cierto que hoy en día, un artista global como tú puede plantearse
una sede atípica al establishment
gracias a la tecnología.
-F.P.: Ni lo dudes. Hace 15 años, Felipe Pantone no
estaría aquí. Estaría obligado, como en el pasado, a vivir en alguna de las
llamadas capitales del arte. Y lo mismo sucedería si hiciera música o me
dedicara a cualquier otro tipo de creación y mi trabajo estuviera dando vueltas
por el mundo. Definitivamente, esta situación es posible gracias a la
posibilidad de comunicarnos telemáticamente y físicamente.
-GQ:
Acabas de hacer mención a que aquí, entre los dos estudios, puedes abarcar una
cantidad de producción importante. ¿Hasta qué nivel incrementarias tu equipo y
tus espacios? ¿Hasta qué punto alcanza Felipe Pantone como creador sin
desdibujarse en sus colaboradores?
-F.P.: En este momento mi capacidad productivo
creativa está a tope. Este es el límite de todo lo que soy capaz de generar,
que todo pasa por mí y acaba siendo obra que firmo y que reconozco. Y este es
el límite, hasta aquí llego, cosa que saben mis galeristas. En el estudio
tenemos mucho cachondeo al respecto, sobre cómo cuesta de producir una obra y
cuando sale, decimos… hale, otra obra de arte al mercado. Pero lo decimos
porque confiamos en todo el proceso y yo necesito estar a gusto con el método
de producción. No me permito ni un refrito. No lo hago por mí, pero diría que
mis galeristas son conscientes de que cualquier otro tipo de producción dejaría
de ser interesante a nivel comercial.
-GQ: O
sea, que la demanda es muy superior a la producción actual.
-F.P: Muy superior (ríe). Pero me siento cómodo en esa tensión. Me he
acostumbrado a esa exigencia, a esa presión. Es una situación favorable para
mí. Veo mi carrera como un camino. Nunca me pongo metas a corto plazo. Una
exposición sí me ayuda a concretar cosas, a intensificar conceptos y a
encontrar qué decir, pero no produzco con un pensamiento de mercado. Eso sí, me
sienta bien notar que hay más demanda de lo que soy capaz de producir.
-GQ: No
te pones objetivos a corto plazo, pero las exposiciones cumplen su papel de
metas volantes. ¿Cómo os organizáis?
-F.P.: Por ejemplo, ahora estoy desarrollando cinco o seis series a la vez.
Trabajo en obras y series que no termino, porque a menudo en el proceso tengo
nuevas inquietudes y me voy por otros derroteros. Hasta que concluyo una serie.
A menudo, ese final está motivado porque aparece un proyecto muy ilusionante y
veo que lo que estábamos trabajando, el discurso y los derroteros de la serie,
ya están agotados.
-GQ: ¿Qué ideas centrales creen que se pueden reconocer en una serie y otra? ¿Qué rasgos característicos, más allá de tu manifiesto, eres capaz de fijar ahora?
-F.P.: Una motivación completamente nueva, un lenguaje singular que suponga algo que no hemos hecho, que no hemos explorado todavía. Como en el caso de la botella, como en cualquier proyecto de arte urbano, si hay algo que aprecio son las limitaciones. Las limitaciones también son un rasgo distintivo porque estimulan mi creatividad. Es como si a ti te dijeran que tienes que hacer la entrevista en tan solo 300 palabras. Si no es el canon al que estás acostumbrado, ese es el estímulo. Ahora pon a Felipe Pantone en una botella, en un puente, en el atrium de un centro comercial…
-GQ: Así que si alguien quiere engatusarte para un proyecto, que te ofrezca algo que no haya visto en tu portfolio.
-F.P.: Por supuesto. Hay más probabilidades (ríe).
-GQ: Y al que no le asuste verte trabajando en seis series a la vez. ¿Hay un valor positivo en la capacidad para ser prolífico?
-F.P.: Para mí, rotundamente, sí. No quiero que esto suene a comparativa, por favor, pero tengo presente lo que hizo Picasso a este respecto. Ser prolífico le permitió evolucionar más y más rápido. ¿Cuántas vidas vivió en un sentido de evolución artística? ¿Cuatro, cinco? No paraba y yo tampoco quiero parar. Quiero encontrar nuevas series sin parar. Quiero que las cosas nuevas, que los nuevos proyectos y las nuevas ideas me pillen trabajando. Cuando pintaba graffiti ya era así. Estaba rematando una pieza y jodido porque ya tenía otra en la cabeza. Quería terminar, pero terminar bien, porque así ya tenía más cosas en la cabeza. Como dice el refrán, a razón de 14, siete la media.